Al principio del proyecto, cuando pensábamos en valorizar el patrimonio en torno a las rutas de senderismo, pensábamos sobre todo en el patrimonio natural y cultural, del mismo modo que al principio pensábamos sobre todo en cómo hacerlo más accesible.
En ambos casos llegamos a conclusiones diferentes: valorizar el patrimonio significa, fundamentalmente, transmitirlo; hacerlo accesible es sólo un detalle, aunque importante, pero sencillo de resolver. En cuanto a la decisión de qué patrimonio transmitir, otro patrimonio, el humano, aparecía como un patrimonio a potenciar.
Los primeros contactos en torno al proyecto Nattur pusieron inmediatamente de manifiesto la existencia de personas que viven y trabajan en torno a los senderos, con sus actividades y costumbres. Esto es lo que hace que un territorio sea rico desde el punto de vista humano. Es un territorio vivo, pero fuertemente amenazado por la evolución de las sociedades, las migraciones y el despoblamiento de las zonas de montaña y del interior en general.
En el caso del valle de Camprodon, los responsables políticos y los actores del turismo veían con claridad, ya antes de la pandemia, que era necesario mostrar a los turistas y en particular a los excursionistas la realidad de este entorno que atravesaban sin ser conscientes de ello: la cría del caballo pirenaico catalán (potro), el cultivo de la trufa, la agricultura de montaña, a la que podríamos añadir la arquitectura del veraneo, la trashumancia de las yeguas y las cabañas de los pastores, las minas de hierro y las colonias de mineros, etc. En una palabra, lo que llamamos el patrimonio etnográfico o etnológico, cuando hablamos del pasado. Y si este patrimonio etnográfico forma parte del patrimonio, entonces el patrimonio humano actual también pertenece al patrimonio. Y merece ser transmitido a los visitantes con fines educativos para limitar los roces cada vez más frecuentes entre turistas y residentes.
El Covid, que nos prohibió salir al campo, nos llevó a buscar en la bibliografía lo que no podíamos ver sobre el terreno. Un estudio de la evolución de la definición y el contenido del término «patrimonio» por parte de la UNESCO, y del patrimonio inmaterial entre otros, muestra que el patrimonio humano existe efectivamente. En 2003, la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial lo definió así:
«Se entiende por «patrimonio cultural inmaterial» los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -así como los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y, en su caso, los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural».[1]
Y en el año 2019, durante la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, el patrimonio vivo se describe de la siguiente manera:
«… con su dinamismo, el patrimonio vivo es capaz de cambiar y evolucionar a medida que se transmite de generación en generación. Refuerza nuestro sentido de la identidad y nos vincula con nuestro pasado, con los demás y, más ampliamente, con el mundo que nos rodea…
… La Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial reconoce la importancia del patrimonio cultural inmaterial y su contribución al desarrollo sostenible y a la diversidad cultural. Su objetivo es:
– salvaguardar el patrimonio vivo ;
– garantizar que se respete;
– sensibilizar sobre su importancia, y ;
– proporcionar marcos para la cooperación y la asistencia internacionales.
– o » patrimonio vivo » – es un legado de nuestros antepasados que se transmite a nuestros descendientes …
— El patrimonio vivo es importante porque proporciona a las comunidades y a los individuos un sentido de identidad y continuidad. Puede promover la cohesión social, el respeto por la diversidad cultural y la creatividad humana, y ayudar a las comunidades a construir sociedades resilientes, pacíficas e inclusivas.”[2]
Nos pareció natural entonces consultar el libro de Rachid Amirou sobre el imaginario del turismo cultural, en el que encontramos unas líneas que definen perfectamente de qué estamos hablando:
«El paso de la noción de cultura en el sentido clásico y humanista a un sentido más sociológico (prácticas, estilos de vida, «tribus» urbanas) y etnológico (grupos étnicos, identidades colectivas) de esta palabra no deja de influir en las políticas que tratan del patrimonio y del turismo y, por tanto, en el tipo de turismo cultural que se promueve y muestra actualmente. La sensibilidad de los turistas está cambiando cada vez más hacia el interés por las culturas vernáculas, las formas de vida y las tradiciones locales. El turista sueña con ser etnólogo en su tiempo libre».[3]
Y unas páginas más adelante, continúa:
«La atracción por el terruño (la sociabilidad pueblerina de antaño) es un mito de los orígenes en el sentido de que este retorno a las fuentes se vive a menudo como una vuelta al paraíso (a un pasado idílico, mitificado y embellecido, antes de la ciudad y la contaminación). Dado que los pueblos o la vida social del pasado existen cada vez menos, salvo en la imaginación de los habitantes de las ciudades, se trata de una utopía – un viaje a un lugar que no existe…. Una nostalgia en el sentido estricto de un retorno imaginario a un referente que, al perder su historicidad (en valor documental y de archivo), gana un escalón en la memoria y el imaginario colectivo)». [4]
Así, no sólo se trata de una realidad viva, reconocida desde hace muchos años, sino también de una nostalgia que sigue presente en el imaginario de los turistas urbanos.
Dos tercios de los franceses viven en ciudades y el 80,8% de los españoles en zonas urbanas, lo que explica claramente esta fascinación por volver a la naturaleza, en busca del pasado rural que vive en lo más profundo de nosotros (¡¿quién no tiene en su familia un antepasado que haya vivido en el campo?!).
Por último, el periodo «post» Covid ha demostrado realmente que esta tendencia de «vuelta a la naturaleza» es más fuerte que nunca y que la búsqueda de un retorno a este «paraíso idílico» lleva a los turistas y a otros excursionistas a buscar experiencias en torno a este tipo de patrimonio. Así lo han percibido los actores del turismo de montaña, ya que, durante las sesiones de formación dedicadas a la creatividad y a la creación de productos realizadas por la UdG desde la vuelta a una cierta normalidad, la gran mayoría de los productos propuestos giran en torno a este patrimonio humano.
No hay que olvidar que esta riada hacia la naturaleza es la causa de fuertes tensiones entre residentes y turistas, y que descubrir la realidad del patrimonio humano puede permitirles conocerse mejor, respetarse mutuamente y limitar así los conflictos de uso.
[1] UNESCO Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, 17 de octubre de 2003, edición de 2012, p.9
[2] UNESCO, Patrimonio vivo y pueblos autóctonos: Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, 2019
[3] Rachid Amirou, imaginaire du tourisme culturel édition PUF, 2000, p.2 et 3
[4] Rachid Amirou, imaginaire du tourisme culturel édition PUF, 2000, p.26